Estos días vivimos una experiencia reveladora, la pandemia mundial del virus Covid19 está provocando una caída de muchas apariencias, la puesta en evidencia de ciertos rasgos que constituyen la condición humana, (no todos) rasgos que mantenemos la mayor parte de nuestras vidas cotidianas velados, distraídos, o, como dirían los psicoanalistas, reprimidos.
También es cierto que de forma simultánea vemos recrudecerse los esfuerzos de volverlos a velar, especialmente por parte de los poderes fácticos, alimentando nuevos simulacros con lo que sabemos hacer los humanos: propalar relatos mentirosos “al covid lo vencemos todos juntos”, “el covid no sabe de clases sociales” etc., ya reflexionaremos más adelante sobre esta cuestión que merece un capítulo aparte.
Los ciudadanos asistimos atónitos, enojados y ¿por qué no decirlo? asustados al dilema que de forma descarnada encara el presidente de nuestra nación, debe elegir entre la bolsa o la vida. La economía, dicen, exige renunciar a la preservación de la vida ya que esto conllevaría a la prolongación del paro de la actividad económica.
La elección hasta ahí, a cielo abierto, sin tapujos:
O volvemos al trabajo, puesto que nos estamos empobreciendo a ritmo frenético, las pérdidas son astronómicas, aunque distribuidas de forma desigual, hasta el extremo de que para algunos serán ganancias y no pérdidas (fabricantes de mascarillas, de medicinas científicas o no, vendedores de creencias…) o nos seguimos empobreciendo y el agujero que nos atraviesa se sigue agrandando ante nuestros ojos de forma terrorífica y en consecuencia la angustia se acrecienta.
La paradoja es que bien mirado la elección no es tal, porque en ambos casos, aquello que se trata de evitar, a saber el riesgo de morir, no se evita: o morimos por la pandemia o morimos de hambre.
Obviamente esa elección que se encarna de forma nítida en la figura del presidente de la nación, pues es él quien debe decidir en última instancia si seguimos protegiéndonos del virus manteniendo el confinamiento o pasamos a protegernos del hambre y de las pérdidas económicas. Pero detrás de él están su gobierno y las demás instituciones, y en última instancia, los ciudadanos. Y es obvio que todos ellos se dividen en cuanto a sus preferencias. Podríamos decir que, en general, se inclinan por arriesgarse más a morir por la enfermedad aquellos que la crisis les ha llevado a la miseria absoluta, literalmente no tienen ni para comer ni para pagarse un alquiler de una habitación realquilada. Es decir, aquellos a los que se les asoma de manera nada metafórica la posibilidad de morir de hambre.
Esta lógica nos muestra con toda su crudeza la cuestión de la total disimetría entre explotadores y explotados.
¿Cuáles son los que apuestan por la vida aunque implique menos riqueza?
Podríamos decir que son aquellos para los que hay otras cosas que son más valiosas que la riqueza, aquellos para quienes en el horizonte inmediato no aparece la muerte como pérdida de la zoe. Se trata de aquellos que simplemente arriesgan un grado de incertidumbre económica, que renunciarán a ciertos goces y a cierto confort pero la idea de morir de hambre no está presente, como no sea como fantasía, eso no implica que las pérdidas de confort y seguridad no impliquen angustia o duelo. Quieren preservar la zoe por encima del dinero, pero también la vida en lo que tiene de humanizada, es decir, quieren realizarse en sus profesiones, aficiones, relaciones… pero pagando el precio de diferirlas.
Hay sin embargo, un grupo que sin pertenecer a los que quieren la plusvalía por encima de la vida, como ciertos ricos, no quieren que el conjunto de los ciudadanos apuesten por el dinero poniendo en riesgo su vida, porque arriesgando sus vidas ponen también en peligro las suyas, estos son los cuidadores de la vida de los otros, los sanitarios.
Para estos la alternativa es: o los otros eligen cuidar la vida por encima de la bolsa, o eligen la bolsa acrecentando la posibilidad de la muerte para ellos mismos y para esos sanitarios que los tendrán que cuidar, sin que ese arriesgar la vida suponga acrecentar la ganancia que percibirán. Lo hemos visto cuando los que les aplaudían votaban aquellos partidos que no son partidarios de mejorar las condiciones económicas y de vida de los sanitarios.
De este modo entramos en el corazón de la dialéctica subjetiva. Está en la naturaleza humana no poder subsistir con la mera zoe, la vida como bios no se despliega en lo que llamamos naturaleza, la vida humanizada bios requiere unas ciertas condiciones que le dan su dignidad. La primera es la capacidad de libre expresión, el humano sólo lo es si puede asumir su condición de “parletre” o sea de ser hablante ¿hablante para decir simplemente banalidades o “lugares comunes”? no ¿designamos con ese hablar la simple pronunciación de fonemas, morfemas o palabras? tampoco. En su desvarío, los locos más locos no paran de hablar y no dicen nada, a lo sumo lo más elemental que está implícito en la pronunciación de una palabra: «escúchame», pero es muy difícil escuchar a un loco. Estamos refiriéndonos al hablar como vehículo de un decir, eso que supone una implicación con todo el ser del sujeto y toda su singularidad, eso que por el mero hecho de ponerlo en acto descompleta al Otro, sea éste dios, el estado, las iglesias o cualquier otra constelación simbólica.
Pero el caso es que todas las instituciones en tanto representan lo instituido resisten y rechazan cualquier decir que viene a cuestionarlas por el sólo hecho de ser puesto en acto.
Esa es la nueva elección forzada, resígnate a estar encerrado cuidando tu vida zoológica, mantente como una “unidad ratera” según la expresión de Lacan, es decir, como ese animalito que está en el laboratorio y se limita a tocar la palanca adecuada en el laberinto para recibir su dosis de alimento. Pero al igual que ocurre en la rata de laboratorio o el perro de Pavlov, nada te habilita para cuestionar el deseo y menos aún el goce de aquellos que han dispuesto el dispositivo.
Lo hemos visto en las elecciones en Galicia y el País Vasco, los que daban positivo en la prueba del covid no podían ir a votar, es decir que para conservar la zoe debían renunciar a su condición de sujetos políticos. No estoy propalando la idea de no preservar la vida, cuestiono que el precio de preservarla tenga que conllevar renunciar a la dignidad de sujetos políticos, lo que es de facto una reiteración, porque ser sujeto es lo mismo que ser sujeto político. Con la voluntad política oportuna, existen los recursos suficientes para que el cuidado de la propia vida y la participación en lo colectivo sean perfectamente compatibles.
El problema es que estamos en una deriva totalitaria de la mayoría de los países del mundo. En algunos, como es el caso de Europa, la porción de democracia conseguida retrocede aceleradamente. Las instituciones de la UE no son, ni mucho menos, todas democráticas, pero algunos países que están en su interior experimentan retrocesos significativos al tiempo que emerge un auge de partidos neo-fascistas. Lo propio ocurre con EEUU. En otros, digamos los imperios que nunca han conocido otra cosa que la tiranía como Rusia o la China, el totalitarismo, el imperialismo y el belicismo se acrecienta.
El virus como desmentido de lo real ha desnudado todas esas simulaciones de democracia, y está sirviendo de coartada para que los estados no sólo reduzcan las libertades democráticas de sus pueblos y de aquellos pueblos sobre los que ejercen su dominio, ahí tenemos, por ejemplo, el oportunismo de los sionistas de Israel con Palestina, sino que sienten las bases de un modelo que pone a la ciudadanía frente a la alternativa diabólica de escoger entre la mera subsistencia sin democracia, es decir, sin dignidad humana o la aniquilación física. Es por eso que aparecen tantas teorías mal llamadas conspiranoicas sobre la presunta planificación de la pandemia por parte de gobiernos, aquí están las acusaciones entre EEUU y China o de foros de plutócratas, Soros, Bill Gates etc… porque la exactitud de esas afirmaciones poco importa, lo que se expresa es la percepción clara de que los poderes políticos y económicos aprovechan la ocasión para acumular más poder y dinero, el ciudadano simplemente se plantea “¿qui prodes?”, eso les hace sospechar de que los ricos que son los beneficiados deben ser los causantes de este desmadre de lo real.
La situación es muy dura y difícil, el virus ha realizado hasta el extremo el ideal individualista del capitalismo: todos encerrados en nuestra burbuja, aunque por otra parte algunos sectores tendrán pérdidas, probablemente los grandes capitalistas también obtendrán ganancias y sobre todo concentración de poder.
Es la democracia generalizada la única que puede poner la economía al servicio de los ciudadanos y de la conservación del planeta, mientras se mantenga a los pueblos enfrentados y los capitales extraterritorializados, la pesadilla para muchos ciudadanos y la acumulación de riquezas inmensas en pocas manos estará asegurada. Y aparecerán pandemias planificadas o accidentales, pero siempre para acentuar la diferencia de clases y el dominio de unos pueblos por otros. Es la hora de que los demócratas de todo el mundo se unan, los oligarcas ya llevan mucho tiempo unidos, aunque jueguen su partida de ajedrez sobre el tablero del mundo, tienen un pacto para sacrificar sólo a los peones.
Jose Monseny
Julio 2020