Ante el auge del funcionamiento totalitario de apariencia democrática, en el ámbito de la política, la progresiva desaparición del espacio subjetivo como espacio de una privacidad absoluta y con ello la multiplicación del efecto sometedor de los sujetos. Viendo la involución de los márgenes de autonomía de los ciudadanos, necesaria para la construcción de una verdadera comunidad, puesto que el sujeto moderno padece cada día con más fuerza una alienación sin margen y confunde cada vez más la autonomía con el solipsismo, el egoísmo de la satisfacción insolidaria con los demás y con el entorno.
Mientras, la galopante universalización de los imperios, el un-pire se recrudece, vía estados mastodónticos cada día más alejados de los ciudadanos, y su alianza mortífera con sus principales beneficiarios: las multinacionales, que universalizan las ventajas para la oligarquía, mientras la solidaridad social se resquebraja haciendo que los ciudadanos se fragmenten en la defensa de sus derechos perdiendo fuerza.
Apostemos por estados pequeños y más fragmentados y próximos a los ciudadanos y mecanismos de solidaridad ciudadana universal: salario mínimo universal, derechos laborales mínimos internacionales, salud, vivienda y escolaridad, con un mínimo definido de calidad y para todos, sin fronteras.
Es decir un movimiento que ponga el sujeto-ciudadano que teje sus relaciones sin fronteras en un entramado de deseos, por delante del afán oligárquico que quiere gobernar a golpe de «imperium» o con el uso exclusivo de la potestas, ignorando la «auctoritas» que en toda democracia se deposita en la ciudadanía.
Esta batalla ha de darse en todos los frentes: social, ecología, política, pedagogía, sanidad, y en la ciencia, filosofía, el arte, el psicoanálisis y todas las facetas de la cultura. Es una necesidad urgente, la cuenta atrás del colapso está más clara que lo ha estado nunca, y para más gente que nunca.